Buscar este blog

domingo, 2 de enero de 2011

LOS SICARIOS DE LA INFORMACIÓN




Hay historias que cortan la respiración; ya sea por la gravedad de los hechos, por la naturaleza de sus protagonistas o, simplemente, porque nos recuerdan estilos de vivir (o de sobrevivir) que se alejan completamente de lo que podemos conocer de primera mano. Y, cuando un periodista tiene la oportunidad de informar sobre una de estas historias, no necesita de mayores técnicas para volverlas interesantes. Lo son de por sí.
Pues bien, el documental que podemos ver aquí, que fue emitido por Cuatro y que contó con la dirección de Jon Sistiaga (además de la realización de Fecer Pascual y el guión de David Deriain), constituye un ejemplo de lo que no debería ser un documental objetivamente informativo. Cuando al verlo, tratamos de hacernos a la idea de lo que realmente es la historia de los niños sicarios sin todo el artificio con el que se nos envuelve (esfuerzo que no deberíamos de tener que hacer como espectadores que desean ser informados), nos damos cuenta de que, precisamente, es todo ese artificio lo que le sobra a esta historia.
No necesitamos tener constantemente la figura de un presentador como protagonista de la historia, porque los protagonistas son esos niños y sus víctimas; ni necesitamos sus contundentes frases al final de cada intervención, porque lo que se cuenta es ya lo suficientemente contundente; y por supuesto, no necesitamos esas representaciones de una llamada de urgencia para darle ritmo a la historia, pues la historia tiene ritmo por naturaleza.
Al contrario, lo que se provoca con todo ello es que el presentador fagocite la historia, debilitándola; ya que por momentos no sabemos si el protagonista de la historia no será el propio presentador. Sobran, del mismo modo, sus juicios de valor, puesto que, personalmente, creo que como yo, todos los espectadores son capaces de valerse por sí mismos para forjarse una opinión propia, o al menos, no tan forzada; no tan masticada y dirigida.
Pero, quizá, lo que peor tufillo desprende es esa especie de "enaltecimiento de la profesión" del que se hace gala a lo largo de todo el reportaje. Se nos da la sensación de que el periodista está en constante riesgo, de que es un valiente por mezclarse entre todos esos individuos peligrosos. Al parecer, se olvida de que, de todos ellos, los periodistas son los únicos que acabado el reportaje saldrán de allí; mientras que todos los demás han de aguantar en ese infierno sin protección día tras día. Sabemos que el periodismo puede ser una profesión arriesgada; pero de ahí a vestirse de capa con una profunda musiquilla de fondo, hay un trecho. El mismo trecho que separa a la información objetiva del reportaje-espectáculo que se nos ofrece en este caso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario