Comentaba allá por junio del presente año un profesional de la comunicación, de vocación bloguera por ende, las escasas alegrías y numerosas penas del nuevo libro de estilo de RTVE. Le achacaba, sobre todo, el hecho de no resultar completo; por ser redundante en aspectos deontológicos e incompleto en lo que debería conformar algo así como el alma de la empresa (curiosa antonimia). Por otra parte, decía nuestro compañero que en RTVE no había transparencia; que el dichoso librito probablemente acabaría en el fondo de algún cajón, y que en lugar de servir a los trabajadores de la empresa, sería una especie de espada de Damocles que pendería sobre sus cabezas, acechándolos, esperando un error de éstos para cernirse sobre ellos. Menuda perspectiva. Uno nunca sabe si es preferible que le caiga encima una espada, o la enorme inutilidad de un libro que no se difunde ni se lee.
Sinceramente, yo creo que un libro de estilo específico para cada una de las empresas que conforman el entramado del panorama comunicativo es un sinsentido. En primer lugar, en el ámbito deontológico, todas las directrices a tomar en el camino del buen periodista se encuentran recogidas ya (no entro a debatir sobre si se cumplen o no) en el Estatuto de Informativos. En el ámbito del estilo, son ya numerosas las publicaciones que ahondan en este asunto; tan parecidas todas ellas, y al tiempo tan diferentes, como diría aquél. Y en cuanto al desarrollo de elementos distintivos de una empresa, como lo pueden ser la rotulación, tipografías o cortinillas, en mi opinión no se deberían poner este tipo de trabas a la creatividad. Bien es cierto que se hace necesario dotar de cierta uniformidad a los trabajos que una empresa de comunicación saca a la luz; pero en ocasiones, los mejores trabajos son los que se saltan esa regla, esa uniformidad. Ocurre que una persona, pongamos directivo, surpervisor o similar, ha desarrollado (o eso se espera, al menos, de él) el criterio requerido para saber cuando conviene dar luz verde a un trabajo que supera la mencionada uniformidad, cosa que un libro no puede hacer. Por muy bien redactado que esté.
En mi opinión, lo interesante sería tener un único libro de estilo para todos los trabajadores del gremio; más general, libre en ciertos aspectos, pero estricto en lo esencial. Algo a lo que se puedan aferrar tanto los trabajadores de la casa, como los trabajadores sin casa; aquellos que ruedan de empresa en empresa en lo que expira un contrato de eventual, si es que lo tuvieren. Dicho libro debería ser redactado con mimo; casi como la Constitución: con la máxima participación de los periodistas, o de representantes realmente interesados en el arte de la información. Pero, a diferencia de ésta, debería poder modificarse con el transcurso del tiempo, para adaptarse constantemente a los cambios de la profesión.
La llegada y evolución de Internet, con todos los cambios que ha propiciado, parece ser una excusa perfecta para redactar de una vez lo que, ahora mismo, sólo parece algo mitilógico: Un libro de Estilo único.
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